miércoles, 8 de julio de 2009

ENTREVISTO...en Norwich (6 de Julio 09)

En Norwich se anda mucho. Eso es lo que paradójicamente tienen estas ciudades pequeñas como Salamanca y Logroño, que al final vas andando a todas partes. La semana pasada llegué paseando a la catedral. Tiene mil años y cuando entré de visita en ella viví una experiencia surrealista que me sacó del tiempo. El edificio tiene su interés, con una torre en aguja que al parecer es la segunda más alta de Inglaterra. El entorno ajardinado está al lado del antiguo hospital, convertido actualmente en un complejo residencial para la tercera edad, donde ancianos con buenas cuentas bancarias viven en adosaditos de juguete y salen a tomar el sol en grupos en los green solitarios y silenciosos como campos de golf.
Accedí a la iglesia por el silencioso claustro. En el centro del mismo, con motivo del cincuentenario del reinado de Isabel, hay inscrito en el suelo un laberinto de piedras que simboliza una especie de camino de superación espiritual que recuerda el esquema de San Juan de la cruz y los místicos españoles. El texto explicativo es una declaración de fe de la reina de Inglaterra, donde dice que algo sobre que sus referencias en la vida son las enseñanzas de Jesucristo y su propio criterio a la hora de rendir cuentas ante Dios. No sé si la dificultad de interpretación se debe a mi inglés insuficiente, o es que realmente es ambivalente la expresión, o quizá que esto del propio criterio es algo muy protestante, o podría ser incluso que la reina no las tiene todas consigo en eso de someterse del todo a una autoritas ajena. Bueno, ¡vaya usted a saber!, creo que ni cuando acabe mi curso de verano en la escuela de idiomas voy a llegar a captar este matiz.

Iba yo reflexionando en mi confusión, cuando entrando en la nave de la iglesia me encontré un happening bastante espectacular. A mi primer entender consistía en una celebración para celebrar la entrada en el coro de la catedral de una chica nueva, y confirmar a otras cuatro (¿que subían de categoría?). Bueno..., sea como fuere todas las familias lucían allí sus mejores galas. Unas 500 personas. Veo gratamente sorprendida una pastora protestante con su traje negro y su corbatilla blanca y un montón de homónimos masculinos con similares atuendos, y pienso enseguida, “esta gente va unos pasos por delante, tengo que traer aquí a mi hija, para que vea que las cosas no son sólo como nos las enseñan”. A media distancia contemplo la escena general y me centro en los detalles curiosos, un cura ciego es guiado por un perro al que sujeta por un correaje de cuero. El animal está acostumbrado y se maneja bien en la iglesia. El ciego, tirado por la bestia tiene un aire noble y superior, como de más sabio que el resto. También veo con regocijo que han preparado pasteles y bebidas para celebrar a la salida. El día fuera es muy caluroso para estas latitudes y la nave está sombría y fresca. Me intereso por el tema y paso al otro lado para buscar un sitio. Un viejecillo religioso, de estos seglares que entre los anglosajones hacen tareas ayudando en la iglesia, me pregunta algo en inglés y de momento para evitar errores digo que sí a todo. En seguida me muestra un sitio libre entre los bancos y los asistentes, y allí que voy, rodeada de señores y señoras inglesas con sus trajes de celebración y con los libros de cánticos y la hojita del seguimiento de la ceremonia. Llegan el grupo de jóvenes del coro vestidos con sus casullas blancas y se ponen detrás. Luego las chicas aspirantes con sus trajes y sus caras de ángeles cantores, purísimas, como si tuvieran cuatro años en sus cuerpos de veinte. A punto de ascender a las nubes de puro ligeras y arrobadas. Me recuerda las estampas antiguas en España cuando con 8 años hacíamos la primera comunión, que decían que ya teníamos uso de razón, pero todavía no estábamos muy “maleadas” por la impronta del mundo real. Me maravilla la candidez que se alcanza cuando el escenario lo permite, y pienso que esta es una sociedad tremendamente contrastada. Raramente he visto chicas como algunas adolescentes inglesas cuando salen de fiesta noche: exhibicionistas, provocadoras, "dirty", como dicen aquí, o “guarronas” como dirían en España los más conservadores simplificando. En fin que esta gente no tiene punto medio. Ni probablemente los chicos tampoco: entre el “gentleman” y el “bad boy” no veo a casi nadie. Debe ser un fenómeno nacional, como en nuestro país la política, que, o se es muy de derechas o muy de izquierdas, vamos, pero que no nos gustas las medias tintas.
Me pongo a mirar a las “angelitos” y me imagino si alguna de ellas integra en sí misma los dos personajes y es una “belle de jour” que juega los ambos roles. Me refiero a angelito del coro de día y lolita golfa de noche. Bien pensado los rostros lo permiten, sólo dista un maquillaje provocativo y un poco punk, unos tacones de aguja de ama dominadora, una minifalda de “campanilla” y un “wear” que haga pensar a quien las contempla que están en las maldivas en vez de en la fresca y lluviosa Inglaterra. Todo bien aderezado con algún gesto obsceno, y ya hemos saltado de escenario.

Horror, el hombre religioso que me buscó sitio ha cerrado la puerta de nuestro lado y ya nadie puede salir. Estoy condenada a asistir a la ceremonia completa. Me preparo psicológicamente. Las angelitas ocupan su sitio sin apenas pisar el suelo de puro etéreas. Empieza la ceremonia y el coro se despacha algunos solos. Después todos acompañamos con nuestros himnos. Yo miro con atención la letra impresa de los himnos y disimulo abriendo bien la boca y dejando salir algunos ruidos, y mirando a la cúpula con mi misal entre las manos. Una señora me mira raro. Continúo absorta con los ojos en dirección a la cúpula como si nada.
Ahora le toca hablar a la “vicar” (no puedo decir “la cura”, porque nosotros no tenemos y me resulta raro). Ocupa el atril en medio de los asistentes. Le dejan la palabra. ¡Caray!, todo un avance; Pienso yo que voy a tener que inmigrar a este país, y que lo he descubierto tarde, pero… veo al fin que esta “vicar” no es sedicente (una de mis palabras favoritas que se refiere a la persona que habla por sí misma, que no habla por boca de nadie sino que dice lo que sale de su propia cosecha), le corresponde sólo leer unas lecturas bíblicas sin salirse ni una coma del texto. Lástima. Más canciones angelicales. Doblo el cuello y levito con la boca entreabierta y los ojos en babia. A continuación el cura más poderoso sube al púlpito y nos atrona. A este si le dejan decir lo que él quiere. Se despacha un largo rato y su voz resuena impresionante en la cúpula. Todos los cuellos de los viejos y las viejas, y el mío entre ellos, están bien estirados hacia arriba como pollos hipnotizados. No sé por qué este “vicar” no habla a la misma altura que la párroca anterior, o sea de pie en el atril a piso llano. Debe ser que sus palabras vienen de Dios más directamente. Por eso está más alto, al fin y al cabo la otra no pasa de ser una “copiota” de textos ajenos.
El papelillo impreso que nos indica el esquema de la ceremonia (me encanta esos detalles de delicadeza organizativa cristiana-anglosajona. Los curas de nuestros pueblos españoles tienen que aprender que si quieren feligreses hay que gastarse los cuartos y tratar a la gente como a clientela letrada y respetable) dice que la ceremonia termina con una procesión. Todos los "vicar" en fila con estandartes, luego el cura ciego con el perro, luego los angelitos del coro, luego los machotes del coro que son los chicos grandes con granos que hay detrás (es muy gracioso porque son todos desiguales: uno gordo, otro muy flaco, uno alto otro muy bajo, rubios con el pelo liso, pelirrojos con rizos y moreno diversos), después unos cuantos asistentes. Rápida como una flecha salgo a unirme con la procesión. Unos cuantos familiares se mueven para ir juntos y me dejan la primera de la fila. ¡Horror!, no sé donde tengo que ir. Voy dejarme llevar por la intuición. Creo que sí, me he colocado en el buen sitio. Volvemos y la ceremonia termina. Todos, perro y ciego incluido salimos por otra puerta al hall de los bollos. Los diferentes "vicar" van atrapando a sus parroquianos (en esto también veo mucha sabiduría de marketing, ninguno deja que los suyos hablen con los demás). A mi afortunadamente nadie me atrapa porque no me conocen. Las chicas del coro están muy risueñas con las endorfinas de haber cantado. Todos miran de reojo los cakes y los refrescos pero nadie quiere ser el primero. Alguien dirige al cura ciego a la mesa a ver si se anima y rompe el hielo para los demás, pero este no cae en la trampa (¿o quizá es que no ve bien?).Una señora gorda se decide. Como nadie me da conversación atrapo mi trozo de cake (la larga ceremonia cantora me ha abierto el apetito) y salgo pitando al claustro antes de que me cierren de nuevo. La reina de Inglaterra me espera otra vez con sus declaraciones de ambivalencia divina.
Día de caminata. En Norwich, al igual que en todas las ciudades pequeñas, paradójicamente se anda mucho...

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